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Sabiduría

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 13 de noviembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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Después de la misericordia y de la fidelidad, el atributo divino más alabado en la Sagrada Escritura es la sabiduría. "Después" en orden de prelación, de importancia jerárquica. Pero en orden de gestación la sabiduría precede a la misericordia y a la fidelidad y genera las condiciones que las hacen posibles.

El primer atributo de la sabiduría, en efecto, es el respetuoso y humilde silencio. Respetuoso, porque hay en el silencio un misterio sagrado: la vida, la verdad, el amor (tres nombres de Dios y por ello del hombre) encuentran en el silencio su hábitat natural y nutriente. Humilde, porque uno calla ante el superior, ante el que sabe, tiene y puede más que uno. El silencio ante otro hombre es clave de acceso a lo que hay en su inteligencia, y oído que ausculta lo que late en su corazón.

El silencio ante Dios permite escuchar cuando su mano golpea nuestra puerta porque quiere cenar con nosotros y, en la mesa, enriquecernos con su Palabra: la fe entra por el oído. Escuchar a Dios, en absorto silencio, es supremo deleite del alma y ejercicio culmen de las potencias que Dios ha infundido en ella. El elogio de Jesús a María, su contemplativa en Betania, quiere invitarnos a elegir "la mejor parte" y saciarnos con "lo único necesario". Eso explica la conocida sentencia de san Ambrosio, Doctor de la Iglesia: "el Demonio busca siempre el ruido. Cristo prefiere el silencio".

El segundo atributo de la sabiduría es su inteligente apreciación del valor de la palabra. Dios, en Jesucristo, quiso llamarse Verbo, Palabra. Creados a su imagen y semejanza, nuestro verbo ha de ser imagen y semejanza del Verbo divino. Cristo habla para edificar, infundir aliento, esperanza y alegría, testimoniar la verdad, suplicar y agradecer a su Padre, manifestar perdón y misericordia, remecer las conciencias anestesiadas y provocar a la conversión. Condenó severamente la mentira, la injuria, la calumnia y la vana palabrería. En el hablar se conoce el sabio. Si habla como Cristo, es porque en silencio ha escuchado a Cristo.

Finalmente, es atributo del sabio su lúcida comprensión del esfuerzo y sufrimiento como requisito inexorable para alcanzar y disfrutar la meta anhelada. Tal inexorabilidad viene impresa en las leyes de la naturaleza y reafirmada por la enseñanza y ejemplo de Cristo-Maestro. Un grano de trigo debe morir para multiplicarse y así sobrevivir. La ley de la gravedad existe también en el corazón humano: estancarse y hundirse es el destino natural de quien no se atreve a emprender el vuelo con las dos alas de la Fe y la Razón, el motor de la Esperanza y el combustible del Amor sin medida.

Silenciosa ante el Angel; Abogada de esposos en Caná; de pie junto a la Cruz: con razón es, María, Trono de la Sabiduría.

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